El último beso




Siento escalofríos cada vez que recuerdo el día que huí de aquella escalofriante situación. No hay momento en el que mis anhelos retomen de forma oportuna a mi vida. La cuestión es que salí de ese embrollo, como muchos realizaron antes y después de mí. Aquí, en la tierra de las oportunidades somos considerados héroes, pero en mi país no somos más que traidores sedientos de venganza.

Nunca les perdoné que me obligaran a dejar mis seres queridos, esos que siempre estarán conmigo aunque ya no vivan para contarlo. Lo peor que a uno le puede ocurrir es navegar sin rumbo fijo dentro de un mar de ideas colosal que ni los grandes luchadores de todos los tiempos serían capaces de de vencer. Ese maremagnum de mis fuerzas interiores sólo podía ser controlado por mí, pero nunca he sido capaz de afrontar mi mayor temor que es sufrir otra guerra.

Dejé atrás todo lo que tenía: mi familia, mis amigos, mis esperanzas y mis temores. Estos elementos eran el motor de mi existencia y la de todos los que los que huimos. ¿Quién va a ser capaz de devolverme todo aquello? Lo que creo es que nada ni nadie podrá hacerme cambiar sobre el concepto que tengo del temor. Quien creó el temor debió ser alguien que nunca pudo dormir tranquilo, ¿a caso amedrentar debería ser una opción válida para conseguir nuestros objetivos? Me imagina a un hombre, posiblemente con doble vida, que por un lado debía tener una vida modélica, de ensueño y por el otro, alguien al cual le podía el poder, la codicia y la popularidad.

Un personaje de esta calaña fue quien destruyó las ilusiones de millones de personas de mi comunidad. Protegí a mi familia tan bien como me fue posible. Alistarme a las fuerzas contrarias al régimen no era una opción. Debía continuar con los míos y procurarles el menor sufrimiento posible. Considero que pensar que en tu país no hay oportunidades es el principio del fin de una nación. De donde yo vengo la opción de pensar más allá del mañana es imposible.

Todavía recuerdo la última vez que vi a mi madre. No soy capaz de olvidar aquel dulce y angelical beso que sirvió como emotiva despedida. Ese gesto fue la energía que necesitaba para no desistir en mi objetivo: el sobrevivir con dignidad. Por desgracia, fue también el último que recibí de ella, la guerra me la arrebató. Cayó ante el imperialismo propuesto por nuestro gobierno perenne y caduco a la vez. Me cuesta sobreponerme a la pérdida de mi ser más querido, aquel que me dio la vida y aquel que me alentó a ser yo mismo y soñar despierto.

Por todo lo que ella representa en mí, no me permito decaer, dar mi futuro por perdido y mucho menos luchar por rememorar de donde vengo y el sentido hacia donde quiero que mi país crezca.




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